La primera vez y la única que he visto a Morente cantar en directo ha sido hace apenas unos meses en el Liceu de Barcelona. Quedé impresionada con su presencia... cómo apenas hacía nada en el escenario y su voz inundaba todo el teatro. Cómo sus manos acompañaban a su cante, cómo su cuerpo se mantenía en calma mientras que su voz salía poderosa de su garganta. Cómo salía con su chaquetilla negra con adornos blancos... como su presencia era tradicional y a la vez en él se podía respirar una modernidad nada propia de su arte. Como era acompañado de sus colaboradores, entre ellos su hijo, que miraba de manera atenta cada gesto que hacía su padre... con ternura, con protección... con orgullo y con admiración...
El espectáculo, una fuente de inspiración constante... sencillo, sin abalorios... él y su gente, haciendo lo que solamente ellos saben hacer y defendiéndolo con humildad pero de forma firme, contundente. En la sencillez estaba su virtud.
Ahora solo espero que vuelva a estar pronto en un escenario. Que pueda volver a deleitarnos con su arte... que siga luchando por seguir adelante y que pasen rápidos estos momentos de incertidumbre y angustia. Porque... le queda mucho por hacer y nos queda mucho por escuchar.
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